30 mayo 2007

* Tyrion

Llegó junto a la tercera puerta y la tanteó bastante, antes de rozar con los dedos un
pequeño gancho de hierro clavado entre dos piedras. Cuando lo empujó hacia abajo se
oyó un crujido sordo que, en el silencio reinante, sonó como una avalancha, y junto a
sus pies se abrió un cuadrado de tenue luz anaranjada.
«¡La chimenea!» Estuvo a punto de echarse a reír. El hogar estaba lleno de
cenizas calientes y había un tronco ennegrecido con el centro todavía brillante. Pasó
sobre las brasas con paso ligero, deprisa para no quemarse las botas. Los carbones
calientes crujieron suavemente bajo sus pies. Cuando se encontró en lo que había sido
su dormitorio se detuvo durante un buen rato, mientras recuperaba la respiración con
jadeos en el silencio. ¿Lo habría oído su padre? ¿Echaría mano de la espada, daría la
voz de alarma?
—¿Mi señor? —dijo una voz de mujer.
«Esto me habría hecho daño hace tiempo, cuando aún sentía dolor.» El primer
paso fue el más difícil. Cuando llegó junto a la cama, Tyrion echó las cortinas a un lado
y allí estaba, vuelta hacia él con una sonrisa adormilada en los labios. Se esfumó en
cuanto lo vio y se subió las mantas hasta la barbilla como si con eso se pudiera proteger.
—¿Esperabas a alguien más alto, querida?
—No quería decir aquellas cosas, la reina me obligó. —Los ojos de la muchacha
se anegaron de lágrimas—. Por favor. Vuestro padre me da tanto miedo...
Se incorporó y dejó que la manta se le deslizara hasta el regazo. No llevaba ropa
alguna, nada a excepción de la cadena que le rodeaba el cuello. Una cadena de manos
entrelazadas, cada una agarrada a la siguiente.
—Mi señora Shae —saludó Tyrion en voz baja—. Todo el tiempo que estuve en
la celda negra, a la espera de la muerte, no dejaba de recordar lo hermosa que eres.
Vestida con sedas, con lana basta o con nada.
—Mi señor no tardará en volver. Tenéis que marcharos o... ¿habéis venido a
llevarme con vos?
—¿Te gustó? ¿Alguna vez te gustó? —Le puso la mano en la mejilla mientras
recordaba todas las veces que lo había hecho. Todas las veces que le había rodeado la
cintura con las manos, que le había apretado los pechos pequeños y firmes, que le había
acariciado la melenita morena, que le había tocado los labios, los pómulos, las orejas...
Todas las veces que la había abierto con un dedo para sondear su secreta dulzura y
hacerla gemir—. ¿Alguna vez te gustó que te tocara?
—Más que nada en el mundo —respondió ella—, mi gigante de Lannister.
«No podrías haber dicho nada peor, cariño.»
Tyrion deslizó una mano bajo la cadena de su padre y la retorció. Los eslabones se
tensaron y se le hincaron en el cuello.
—Las manos de oro siempre están frías, pero las de mujer siempre están tibias —
dijo.
Retorció una vez más las manos frías al tiempo que las tibias le borraban a golpes
las lágrimas de los ojos.
Más tarde encontró la daga de Lord Tywin en la mesilla de noche y se la colgó del
cinturón. De la pared colgaban una maza con cabeza en forma de león, un hacha de
guerra y una ballesta. El hacha de guerra sería poco útil dentro de un castillo y la maza
estaba demasiado alta, pero justo debajo de la ballesta había un baúl de madera y hierro.
Se subió en él y descolgó la ballesta junto con un carcaj lleno de dardos. Puso un pie en
la cuerda, la tensó y la cargó con un dardo.
Jaime le había hablado más de una vez de los peligros de las ballestas. Si Lum y
Lester acudían de donde fuera que estuvieran enfrascados en su conversación, no
tendría tiempo de cargarla de nuevo, pero al menos se llevaría a uno al infierno por
delante. A Lum, si lo dejaban elegir.
«Te tendrás que limpiar la cota de mallas tú solito, Lum. Has perdido.»
Fue hasta la puerta, se detuvo a escuchar un instante y la abrió muy despacio. En
un nicho de piedra ardía una lamparilla que proyectaba una luz amarillenta en el pasillo
desierto. Lo único que se movía era la llama. Tyrion retrocedió con la ballesta pegada a
la pierna.
Encontró a su padre donde sabía que estaría, sentado en la penumbra de la
habitación del retrete de la torre, con la túnica enroscada en torno a la cintura. Al oír las
pisadas, Lord Tywin alzó los ojos. Tyrion le dedicó una reverencia burlona.
—Mi señor.
—Tyrion. —Si tenía miedo, Tywin Lannister no daba muestras de ello—. ¿Quién
te ha liberado de la celda?
—Ojalá te lo pudiera decir, pero hice un juramento sagrado.
—El eunuco —decidió su padre—. Haré que le corten la cabeza. ¿Esa ballesta es
la mía? Suéltala.
—¿Qué harás si me niego, padre? ¿Castigarme?
—Esta fuga es una estupidez. No te van a matar, si es eso lo que temes. Mi
intención sigue siendo enviarte al Muro, pero no podía hacerlo sin el permiso de Lord
Tyrell. Deja la ballesta y pasaremos a mis habitaciones a hablar de este asunto.
—También podemos hablar aquí. Puede que no me apetezca ir al Muro, padre.
Allí arriba hace un frío de cojones, y para frialdad ya he tenido bastante con la que me
has mostrado tú. Así que dime una cosa, sólo una cosa, y me marcharé. Es una pregunta
muy sencilla, lo mínimo que me debes.
—Yo no te debo nada.
—Toda mi vida me has dado menos que nada, pero esto me lo darás. ¿Qué hiciste
con Tysha?
—¿Tysha?
«Ni siquiera recuerda su nombre.»
—La chica con la que me casé.
—Ah, sí. Tu primera puta.
—La próxima vez que digas esa palabra, te mataré —amenazó Tyrion, apuntando
al pecho de su padre.
—No tienes valor para eso.
—¿Quieres que lo averigüemos? Es una palabra muy corta, y por lo visto te sale
muy fácilmente. —Tyrion hizo un gesto impaciente con la ballesta—. Tysha. ¿Qué
hiciste con ella después de darme la lección?
—No me acuerdo.
—Pues inténtalo. ¿Ordenaste que la mataran?
Su padre frunció los labios.
—No había motivo para semejante cosa, había aprendido cuál era su lugar... y si
mal no recuerdo, se le pagó por su trabajo. Supongo que el mayordomo la envió de
vuelta, no se me ocurrió preguntar.
—¿De vuelta adónde?
—Al lugar de donde vienen las putas.
Tyrion apretó el dedo. La ballesta se disparó justo mientras Lord Tywin empezaba
a levantarse. El dardo se le clavó en la ingle y se volvió a sentar con un gruñido. El
dardo se había hincado profundamente, hasta las plumas. La sangre manaba a
borbotones en torno al asta y le salpicaba el vello del pubis y los muslos desnudos.
—Me has disparado —dijo con incredulidad y los ojos vidriosos por la
conmoción.
—Siempre has sido único a la hora de analizar una situación de crisis, mi señor —
dijo Tyrion—. Seguro que por eso eres la Mano del Rey.
—No... No eres... hijo mío.
—En eso te equivocas, padre. De hecho, soy tu viva imagen. Anda, hazme un
favor y muérete deprisa. Me está esperando un barco.
Por una vez en su vida, su padre hizo lo que Tyrion le pedía. La prueba fue el
hedor repentino cuando se le aflojaron los intestinos en el momento de la muerte.
«Bueno, al menos estaba en el lugar adecuado», pensó Tyrion. Pero la peste que
llenó el excusado fue prueba fehaciente de que el chiste acerca de su padre que se
repetía tan a menudo era una mentira más.
Obviamente, Lord Tywin Lannister no cagaba oro.

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Fight !!!

Seguramente perderás la batalla, tarde o temprano pasará, pero en una vida finita lo importante no es ganar una batalla que tienes perdida...